5 mar 2014

Sombras quebradas


Se internó en el bosque
una noche de luna nueva.
Los árboles susurraban su nombre,
crujían y se reían de ella.

El vestido blanco, 
hecho jirones, 
y la larga cabellera
se enredaban a merced
de las ramas traicioneras.

A ratos, sentía roces,
tirones de cadera,
como si algo quisiera agarrarla,
con oculta intención aviesa.

Y oía esas voces,
esas voces siniestras
que teñían de peligro
cada tramo,
y en su valor hacían presa.

Pero ella seguía, a golpes,
aturdida y casi a ciegas,
a través de la espesura,
entre remolinos de niebla...

Tropezaba, se hacía cortes,
caía en la húmeda hierba...,
pero otra vez se levantaba
como tirada por una cuerda.

Era su conciencia, con reproches,
que la cubría de cieno y arena,
y empujaba a los infiernos
de secretas penas.

Ya sin aliento
y sin fuerza en las piernas,
reposó su tormento;
se dejó caer al borde
de unas corrientes serenas.

Se acercó, con miedo, a su espejo
para comprobar que su pureza
se tiznaba con el aspecto 
de su quebrada silueta...

Mas descubrió, perpleja,
que sus reflejos 
sólo mostraban belleza.
Ni lodo ni sangre
ni rotas vestimentas.

Y en aquellas límpidas aguas,
entre la negra floresta,
disolvió para siempre
esa amarga tristeza.