17 feb 2014

El laberinto de luces y sombras


Él, cada día, sin rumbo,
entre paredes alargadas,
deambulaba inseguro,
sordas las pisadas...

Ella, descalza sobre el musgo,
cada noche le buscaba,
dejando cabellos rubios
para que él la encontrara...

¿Era el hechizo de un brujo?
¿Quizás un desgraciado karma?
¿O el malvado sueño de una mente desquiciada?

Y él seguía imaginándola entre nudos.
Y ella, sin rendirse, le esperaba.
Y él, frustrado e iracundo,
el suelo golpeaba,
como si hoyar el mundo
le condujese hasta su amada.

Y sucedió que un sonido triste y mudo,
pero vibrante como un arpa,
derrumbó los intrincados muros,
y fundió la noche con el alba.

Un lamento profundo,
un crujido del alma,
capaz de liberar lo oculto,
capaz de iluminar la nada.

Y otra vez los dos fueron uno,
y cuando él, por fin, la abrazaba,
entendió por qué ella no pudo
contener sus salvadoras lágrimas.